¿Cómo vencer las tentaciones?
HMSP comunik
Este tiempo de Cuaresma, en especial, es un tiempo
propicio para cuestionarnos interiormente sobre el rumbo de nuestra vida y darnos
cuenta si realmente estamos viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios o nos
hemos alejado de Él. Y uno de los trabajos importantes que debemos realizar es
el luchar contra las tentaciones, pues justamente cuando hay deseos de mejorar,
de convertirnos, es cuando el demonio más quiere desviarnos del camino de Dios.
¿Qué
es la tentación?
La
tentación es una provocación, incitación o estímulo al pecado, ya sea interior
o exterior. Es interior si proviene de nuestra concupiscencia, es decir, del
mal que hay dentro de nosotros (egoísmo, pereza, soberbia, impaciencia…). Es exterior si proviene de las sugestiones del mundo o del
demonio.
Sin
embargo, es importante aclarar que la tentación, en sí misma, no es pecado. El
pecado se realiza cuando se consiente la tentación. Por tanto, la tentación se
convierte en pecado cuando hemos dado libre y plenamente nuestra aprobación a
las provocaciones recibidas.
Por
eso, el deber del cristiano es pedir la ayuda de la gracia y estar vigilantes
para no caer en tentación. Cuando se enfrenta así la tentación, ésta se
convierte en un medio eficaz para crecer en gracia y virtud, para crecer en el
amor. Recordemos lo que nos dice la Sagrada Escritura: «Dios no permitirá que sean tentados más allá de sus propias fuerzas.
Antes bien, con la tentación les dará lo necesario para poderla resistir con
éxito» (1 Cor 10, 13).
Entonces,
¿cómo puedo yo vencer las tentaciones?
Fue
el mismo Jesús quien nos dio enseñó la manera de no caer en la tentación. Él
dijo: «Velen y oren, para que no caigan en tentación» (Mt 26, 41), y así lo
hizo Él. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto y, antes de ser tentado
por el diablo, es fortalecido por la penitencia, el sacrificio y el ayuno, pues
Jesús es verdadero hombre y, como tal, nos enseña estas tres armas que nos
llevarán a la victoria sobre el mal y a ser dueños de nosotros mismos.
La primera tentación de Jesús nos recuerda la de Adán
y Eva quienes, llevados por la soberbia, desobedecieron a Dios. Una vez más, el
demonio propone un proyecto: «convierte las piedras en
pan»,
que recuerda «come
del fruto prohibido» (cf. Gen 3, 4.5), cuya
finalidad es el actuar en contra del proyecto divino, desconfiando de la voluntad
del Padre. Recordemos que «con el demonio no se dialoga, hay que responderle con
la Palabra de Dios»
(papa Francisco, Ecatepec, Méx, 2016), que es la espada del Espíritu (Ef 6,
17). Así lo hace Jesús: «No sólo de pan vivirá el hombre…» (v. 4).
La segunda tentación, la de la fama, se encuentra en
clara oposición al proyecto divino: los milagros que Jesús realizará en su
ministerio público tienen una finalidad específica: hacer presente el reino de
Dios entre los hombres, demostrando la divinidad de Jesús; por lo cual, no son
un mero espectáculo. Jesús vence, nuevamente, con la fuerza de la Palabra: «No
pongas a prueba al Señor tu Dios».
La tercera tentación consiste en la ambición de poder
y de las riquezas obtenidas mediante la idolatría. Satanás, que es padre de la
mentira (cf. Jn 8,44), promete darle a Jesús «todas
las cosas que hay en el mundo», si lo adora (v. 9). Es
ahí donde resuena la palabra poderosa de Jesucristo, su autoridad: «Vete,
Satanás»
y vence con una tercera cita bíblica: «Adora
al Señor tu Dios, y sírvele solo a él»
(v. 10).
Así, la victoria de Cristo nos enseña tres cosas:
resistir la tentación desde el principio, mantenernos vigilantes y utilizar
siempre la Sagrada Escritura como arma de defensa.
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