jueves, 27 de febrero de 2020

¿Cómo vencer las tentaciones?



¿Cómo vencer las tentaciones?
HMSP comunik
Este tiempo de Cuaresma, en especial, es un tiempo propicio para cuestionarnos interiormente sobre el rumbo de nuestra vida y darnos cuenta si realmente estamos viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios o nos hemos alejado de Él. Y uno de los trabajos importantes que debemos realizar es el luchar contra las tentaciones, pues justamente cuando hay deseos de mejorar, de convertirnos, es cuando el demonio más quiere desviarnos del camino de Dios.

¿Qué es la tentación?
La tentación es una provocación, incitación o estímulo al pecado, ya sea interior o exterior. Es interior si proviene de nuestra concupiscencia, es decir, del mal que hay dentro de nosotros (egoísmo, pereza, soberbia, impaciencia…). Es exterior si proviene de las sugestiones del mundo o del demonio.
Sin embargo, es importante aclarar que la tentación, en sí misma, no es pecado. El pecado se realiza cuando se consiente la tentación. Por tanto, la tentación se convierte en pecado cuando hemos dado libre y plenamente nuestra aprobación a las provocaciones recibidas.
Por eso, el deber del cristiano es pedir la ayuda de la gracia y estar vigilantes para no caer en tentación. Cuando se enfrenta así la tentación, ésta se convierte en un medio eficaz para crecer en gracia y virtud, para crecer en el amor. Recordemos lo que nos dice la Sagrada Escritura: «Dios no permitirá que sean tentados más allá de sus propias fuerzas. Antes bien, con la tentación les dará lo necesario para poderla resistir con éxito» (1 Cor 10, 13). 

Entonces, ¿cómo puedo yo vencer las tentaciones?
Fue el mismo Jesús quien nos dio enseñó la manera de no caer en la tentación. Él dijo: «Velen y oren, para que no caigan en tentación» (Mt 26, 41), y así lo hizo Él. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto y, antes de ser tentado por el diablo, es fortalecido por la penitencia, el sacrificio y el ayuno, pues Jesús es verdadero hombre y, como tal, nos enseña estas tres armas que nos llevarán a la victoria sobre el mal y a ser dueños de nosotros mismos. 

La primera tentación de Jesús nos recuerda la de Adán y Eva quienes, llevados por la soberbia, desobedecieron a Dios. Una vez más, el demonio propone un proyecto: «convierte las piedras en pan», que recuerda «come del fruto prohibido» (cf. Gen 3, 4.5), cuya finalidad es el actuar en contra del proyecto divino, desconfiando de la voluntad del Padre. Recordemos que «con el demonio no se dialoga, hay que responderle con la Palabra de Dios» (papa Francisco, Ecatepec, Méx, 2016), que es la espada del Espíritu (Ef 6, 17). Así lo hace Jesús: «No sólo de pan vivirá el hombre…» (v. 4).

La segunda tentación, la de la fama, se encuentra en clara oposición al proyecto divino: los milagros que Jesús realizará en su ministerio público tienen una finalidad específica: hacer presente el reino de Dios entre los hombres, demostrando la divinidad de Jesús; por lo cual, no son un mero espectáculo. Jesús vence, nuevamente, con la fuerza de la Palabra: «No pongas a prueba al Señor tu Dios».

La tercera tentación consiste en la ambición de poder y de las riquezas obtenidas mediante la idolatría. Satanás, que es padre de la mentira (cf. Jn 8,44), promete darle a Jesús «todas las cosas que hay en el mundo», si lo adora (v. 9). Es ahí donde resuena la palabra poderosa de Jesucristo, su autoridad: «Vete, Satanás» y vence con una tercera cita bíblica: «Adora al Señor tu Dios, y sírvele solo a él» (v. 10).

Así, la victoria de Cristo nos enseña tres cosas: resistir la tentación desde el principio, mantenernos vigilantes y utilizar siempre la Sagrada Escritura como arma de defensa.

sábado, 22 de febrero de 2020

¡Vive la Cuaresma!



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¡Vive la Cuaresma!

La manifestación de nuestra fe en esta Cuaresma no tiene por qué esconderse, fingirse o ser motivo de «vergüenza», ¡al contrario!, proclamar que Dios nos ama tanto que ha enviado a su Hijo para nuestra salvación (cf. Jn 3, 16), no es algo que se deba ocultar, sino que es algo ¡para gritar desde las azoteas! (cf. Mt 10, 27).


Lo dicho anteriormente es necesario para no sucumbir ante la insidia de un mundo que pretende desvirtuar el mensaje del Evangelio, atacando a Jesús mismo, y todos los misterios de la fe. Ante un mundo que presenta la destrucción de imágenes y símbolos sagrados, el incendiar iglesias, la profanación de lugares sagrados como «progreso» y «tolerancia». Y, más grave aún, ante un mundo que pisotea la dignidad humana, incitando al odio y a la violencia contra todos, especialmente los más pequeños y desprotegidos. 

Por tanto, proclamemos que Jesucristo no es sólo un gran personaje, ni es sólo un profeta más ni un filósofo o pensador que revolucionó su tiempo. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Es el único Salvador universal. A través de Él todos los hombres tienen acceso al Padre (cf. Ef 1, 6-8). Además, Él es capaz de dar sentido a la existencia de cada ser humano. Por eso el cristianismo, más que una doctrina es una Persona, Jesús, a quien se le sigue, se le imita, se le ama. Y esto porque Él nos ha amado primero.

Por tanto, en esta Cuaresma, es necesario y urgente que hagamos una seria revisión de nuestra vida para descubrir si realmente estamos viviendo de acuerdo a su voluntad. A continuación, se brindan algunas pautas de reflexión que nos pueden ayudar en este camino cuaresmal, las cuales, si las tomamos en serio, pueden ser el comienzo de una más estrecha relación con Dios y de una vida más plena, llena de esfuerzo, verdad, belleza, alegría… Ciertamente, no exenta de problemas, pero sí llena de la presencia divina.


  • ·         Mi relación con Dios. Lo primero que debo evaluar es el lugar real que Dios ocupa en mi vida. No basta con decir que «Él es el primero», si en la práctica no le doy su lugar. Ante esto cabe preguntarse: ¿Le doy tiempo al Señor diariamente en la oración? ¿Busco amarle con todo mi corazón cumpliendo su voluntad? ¿He buscado soluciones al margen de Dios, por ejemplo, en el uso de amuletos, "cintitas", horóscopos, adivinos o curanderos, espiritismo? ¿Me he burlado del nombre del Señor o de las cuestiones de la fe? ¿He negado mi fe por «no tener problemas»? ¿He faltado deliberadamente a la Misa algún domingo o a alguna fiesta de guardar?

  •  ·        Mi relación conmigo mismo. Hay una relación enfermiza con uno mismo cuando permitimos que el orgullo, la vanidad, la lujuria, la soberbia, el egoísmo dominen nuestro actuar. Todo lo mencionado, envenena nuestra propia percepción y nos lleva a actuar despóticamente con los demás y a tener una visión distorsionada de uno mismo. Para evaluar esta problemática, pensemos: ¿He buscado ser casto en mis pensamientos, palabras y acciones? ¿Me he valorado a mí mismo equilibradamente, sin sentirme más que nadie ni menos que nadie? ¿He respetado los miembros del sexo opuesto, o he pensado en ellos(as) como si fueran objetos? ¿He visto películas, revistas o cualquier otro tipo de manifestación pornográfica? ¿He sido culpable de masturbación? ¿He buscado el placer por el placer sin atender a la dignidad de las personas?

  •  ·        Mi relación con el prójimo. Al final, seremos juzgados por el amor. Y el amor excluye todo utilitarismo, ambición, envidia. El amor nos permite relacionarnos con los demás de una manera sincera, pura, sencilla y llena de amistad. Por eso, debemos cuestionarnos también cómo ha sido mi relación con el prójimo, tanto los que viven con nosotros, como aquéllos con los que nos encontramos cada día. ¿Desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa? ¿Hago apuestas excesivamente, negándole a mi familia sus necesidades? ¿Busco compartir lo que tengo con los pobres? ¿Cuido la naturaleza o soy irresponsable con respecto a su conservación? ¿He mentido? ¿He dicho cosas que no son ciertas? ¿He ocultado alguna verdad, ya sea por miedo, vergüenza, egoísmo, etc.? ¿Soy duro, negativo o falto de caridad en mis pensamientos y palabras para con los demás? ¿He ridiculizado a alguien delante de otros? ¿Soy envidioso de las pertenencias de los demás? ¿Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?


«Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande,
que nos dio vida juntamente con Cristo…» Ef 2, 4-5
Gloria Rodríguez Caballero, HMSP
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