¡Vive la
Cuaresma!
La
manifestación de nuestra fe en esta Cuaresma no tiene por qué esconderse, fingirse
o ser motivo de «vergüenza», ¡al contrario!, proclamar que
Dios nos ama tanto que ha enviado a su Hijo para nuestra salvación (cf. Jn 3,
16), no es algo que se deba ocultar, sino que es algo ¡para gritar desde las azoteas! (cf. Mt 10, 27).
Lo
dicho anteriormente es necesario para no sucumbir ante la insidia de un mundo
que pretende desvirtuar el mensaje del Evangelio, atacando a Jesús mismo, y todos
los misterios de la fe. Ante un mundo que presenta la destrucción de imágenes y
símbolos sagrados, el incendiar iglesias, la profanación de lugares sagrados
como «progreso» y «tolerancia».
Y, más grave aún, ante un mundo que pisotea la dignidad humana, incitando al
odio y a la violencia contra todos, especialmente los más pequeños y desprotegidos.
Por
tanto, proclamemos que Jesucristo no es sólo un gran personaje, ni es sólo un
profeta más ni un filósofo o pensador que revolucionó su tiempo. Jesucristo es
el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Es el único Salvador universal. A
través de Él todos los hombres tienen acceso al Padre (cf. Ef 1, 6-8). Además,
Él es capaz de dar sentido a la existencia de cada ser humano. Por eso el
cristianismo, más que una doctrina es una Persona, Jesús, a quien se le sigue,
se le imita, se le ama. Y esto porque Él nos ha amado primero.
Por
tanto, en esta Cuaresma, es necesario y urgente que hagamos una seria revisión
de nuestra vida para descubrir si realmente estamos viviendo de acuerdo a su
voluntad. A continuación, se brindan algunas pautas de reflexión que nos pueden
ayudar en este camino cuaresmal, las cuales, si las tomamos en serio, pueden
ser el comienzo de una más estrecha relación con Dios y de una vida más plena,
llena de esfuerzo, verdad, belleza, alegría… Ciertamente, no exenta de
problemas, pero sí llena de la presencia divina.
- · Mi relación con Dios. Lo primero que debo evaluar es el lugar real que Dios ocupa en mi vida. No basta con decir que «Él es el primero», si en la práctica no le doy su lugar. Ante esto cabe preguntarse: ¿Le doy tiempo al Señor diariamente en la oración? ¿Busco amarle con todo mi corazón cumpliendo su voluntad? ¿He buscado soluciones al margen de Dios, por ejemplo, en el uso de amuletos, "cintitas", horóscopos, adivinos o curanderos, espiritismo? ¿Me he burlado del nombre del Señor o de las cuestiones de la fe? ¿He negado mi fe por «no tener problemas»? ¿He faltado deliberadamente a la Misa algún domingo o a alguna fiesta de guardar?
- · Mi relación conmigo mismo. Hay una relación enfermiza con uno mismo cuando permitimos que el orgullo, la vanidad, la lujuria, la soberbia, el egoísmo dominen nuestro actuar. Todo lo mencionado, envenena nuestra propia percepción y nos lleva a actuar despóticamente con los demás y a tener una visión distorsionada de uno mismo. Para evaluar esta problemática, pensemos: ¿He buscado ser casto en mis pensamientos, palabras y acciones? ¿Me he valorado a mí mismo equilibradamente, sin sentirme más que nadie ni menos que nadie? ¿He respetado los miembros del sexo opuesto, o he pensado en ellos(as) como si fueran objetos? ¿He visto películas, revistas o cualquier otro tipo de manifestación pornográfica? ¿He sido culpable de masturbación? ¿He buscado el placer por el placer sin atender a la dignidad de las personas?
- · Mi relación con el prójimo. Al final, seremos juzgados por el amor. Y el amor excluye todo utilitarismo, ambición, envidia. El amor nos permite relacionarnos con los demás de una manera sincera, pura, sencilla y llena de amistad. Por eso, debemos cuestionarnos también cómo ha sido mi relación con el prójimo, tanto los que viven con nosotros, como aquéllos con los que nos encontramos cada día. ¿Desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa? ¿Hago apuestas excesivamente, negándole a mi familia sus necesidades? ¿Busco compartir lo que tengo con los pobres? ¿Cuido la naturaleza o soy irresponsable con respecto a su conservación? ¿He mentido? ¿He dicho cosas que no son ciertas? ¿He ocultado alguna verdad, ya sea por miedo, vergüenza, egoísmo, etc.? ¿Soy duro, negativo o falto de caridad en mis pensamientos y palabras para con los demás? ¿He ridiculizado a alguien delante de otros? ¿Soy envidioso de las pertenencias de los demás? ¿Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?
«Pero Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor
tan grande,
que nos dio vida juntamente con Cristo…» Ef 2, 4-5
Gloria Rodríguez
Caballero, HMSP
HMSP comunik
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