martes, 28 de abril de 2020

Covid-19: ¿Catástrofe u oportunidad?



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Covid-19: ¿Catástrofe u oportunidad?

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Leer los «signos de los tiempos» es el reto del cristiano de todas las épocas, por eso es necesario el interpretar los acontecimientos bajo la luz del Espíritu Santo, quien nos guía a laverdad plena. Hoy, escuchamos que surgen de todos los ámbitos quienes se presentan como «expertos» en el tema, aportando su explicación ante la pandemia del COVID-19. Así, desde el ganador del premio Nobel por descubrir el VIH, hasta el que carece de todo conocimiento médico, explican el origen, alcance y solución ante esta problemática.

En el ámbito religioso sucede algo similar: hay supuestos «expertos» que explican el origen demoníaco del virus y advierten una «clara» señal apocalíptica que marca el «fin de los tiempos»; otros más, hablan del castigo de Dios, merecido por los pecados de la humanidad; incluso hay quienes aprovechan la ocasión para intentar derrocar la «falsa iglesia» –la representada por el Papa Francisco– y promoverse como la auténtica iglesia de Jesucristo, aquella que no teme ni se deja llevar por los «engaños del mundo»

Sin embargo, más allá de estas situaciones, es preciso observar y canalizar el potencial oculto que todo esto encierra. La pandemia ha puesto «en jaque» al hombre occidental, posmoderno y «autosuficiente», que se ha visto en necesidad de replantearse la veracidad del mundo que ha creado. Ahora, contrario a la tendencia egoísta, individualista y utilitaria, el hombre se reconoce interdependiente, vulnerable, necesitado de la ayuda de los demás. Hoy, ante la posibilidad de la muerte de algún ser querido o de la propia, el evadido tema sobre el más allá vuelve a resurgir como una interrogante profunda del hombre. Y, en la «era de la comunicación», el ser humano se ha dado cuenta de su incapacidad de dialogar con su entorno más cercano: la familia. 

Todo esto más que una catástrofe, se ha de plantear como la oportunidad de volver a lo esencial. Es tiempo de rescatar la familia mediante la convivencia, el diálogo, la paciencia, el perdón, el apoyo mutuo. Es tiempo de darse un respiro dentro de la ajetreada carrera de la vida y fijarse hacia dónde se corre. Tiempo de revalorar la propia vocación y confrontar la autenticidad de una entrega desinteresada y libre hacia los demás. 

Es tiempo de adquirir lo necesario y rechazar lo superfluo, de administrar y «hacer rendir»; de presentarnos ante el Misterio insondable de Dios, tal y como somos: finitos, contingentes, caducos, limitados. Necesitados de su inspiración. Y así como la Palabra se encarnó, es tiempo de hacernos uno con el sufre, con el que no tiene qué comer, con el que está desesperado, con el que no tiene ilusiones. 

Además, la pandemia lleva a valorar las relaciones humanas: desde el saludo cotidiano y afectuoso hasta la reconfortante conversación informal con el amigo de toda la vida. Desde el poder festejar la llegada de un nuevo miembro de la familia, hasta el poder llorar y velar al familiar o amigo que ha fallecido. Detalles que reconfortan el alma y que ahora, al no tenerlos, se añoran. 

El ser humano, ante la pandemia, descubre su auténtico valor, bueno o malo, generoso o mezquino, preocupado sólo de sí o abierto al grito del otro. Además, la misma fe personal y comunitaria es «puesta en el crisol», esa fe que nunca es un escape, sino un lanzamiento a grandes horizontes. Es la fe que interpela, cuestiona, seduce y lleva a la acción. 

De esta manera, la genuina fe que se ha forjado en lo cotidiano, resiste todo ataque, pues el creyente es capaz de percibir que Dios no está lejos, pues él no depende de unos canales específicos de acción, sino que nos sorprende constantemente acompañando, auxiliando, inspirando a su pueblo. La pandemia no es, pues, un tiempo de declive ni de desolación, sino de respuesta generosa, esfuerzo constante, solidaridad, esperanza. Además, es un tiempo de preparación, pues el panorama actual permite vislumbrar desafíos aún mayores: desempleo, violencia, robos, desesperación, anarquía, manipulación de la información… pero, en todo esto tenemos ala certeza de que saldremos vencedores, gracias a Aquél que nos amó (cf. Rom 8, 37).





viernes, 27 de marzo de 2020

5 enseñanzas de la bendición “Urbi et Orbi”


5 enseñanzas
de la reflexión del papa Francisco, previa a la bendición
 “Urbi et Orbi”

El 27 de marzo de 2020 el papa Francisco ha dado la bendición “Urbi et Orbi”, de forma extraordinaria, como una respuesta ante la pandemia del COVID-19. Así, a pesar de las condiciones históricas en que se ha impartido, la acogida y respuesta del pueblo de Dios, no se hizo esperar, pues páginas católicas y múltiples medios llenaron sus espacios con las enseñanzas del Papa.
La bendición impartida por el sucesor de Pedro ha sido un gesto de solidaridad y cercanía con todos, pero especialmente con los más vulnerables de cada país afectado por esta pandemia. Además, ha fortalecido la fe de miles de cristianos, quienes por este medio han tenido la posibilidad de recibir la indulgencia plenaria en un ambiente en donde es muy complicado recibir el auxilio espiritual necesario. Por este medio, la Iglesia ha sido renovada interiormente para hacer frente a los diferentes retos que se le presentan. 

A continuación, presentamos 5 enseñanzas dadas por el Papa, de frente a la realidad actual: 

1.      La pandemia que se vive, nos lleva a darnos cuenta de que necesitamos unos de otros

«…Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso (…). Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente (...), descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos…».

2.      Las situaciones difíciles sacan a flote nuestra vulnerabilidad

«“Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención (…) La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. 

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos…».

3.      Debemos pedir perdón por nuestra indiferencia, cobardía, desinterés

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”… “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgentee». 
onvertíos”, «volved a mí de todo corazón» (

4.      Este es un momento privilegiado de reflexión y de revalorar las cosas, para volver a Dios

«Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida (…)». 

5.      El verdadero desarrollo de los pueblos se mide en el sufrimiento, en los gestos de colaboración

«Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras. 

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. ¡No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza!».

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